viernes, 30 de julio de 2010

Cuando el consumo de vino estuvo relacionado a la muerte, gracias a Torraga


En 1993 en Argentina se detectó una de las tantas maniobras de adulteraciones de vinos por parte de bodegueros inescrupulosos efectuadas a lo largo de la historia del vino nacional. Fue cuando la Bodega Nietos de Gonzalo Torraga liberó al mercado vinos que a la hora de ser consumido dejaba ciego a quien lo bebía y luego fallecía por una fuerte intoxicación. Esto produjo una fuerte desconfianza de los consumidores y por lo tanto el consumo de vinos estuvo en peligro. Luego de 17 años, el INV deberá indemnizar a los hijos de uno de los 29 fallecidos.

La industria del vino argentino aún recuerda con pesar la historia de Torraga, cuando fue noticia que gracias a un vino adulterado fallecieron oficialmente 25 personas a las que poco tiempo después se sumaron cuatro más que en su momento no habían sido denunciadas en 1993. Por ello, cientos de miles de consumidores dejaron de consumir vino argentino por desconfianza y por lo tanto la industria debió remar durante mucho tiempo para recobrar la seriedad perdida por la inescrupulosa maniobra pergeñada en San Juan.

El hecho ocurrió cuando desde la bodega sanjuanina Nietos de Gonzalo Torraga fueron despachados al mercado vinos de las marcas Soy Cuyano y Mansero conteniendo altísimos niveles de alcohol metílico. Un tipo de alcohol de uso industrial y que se colorea de azul para ser diferenciado el etílico que sí se puede utilizar en la industria del vino, considerado como un alimento por el Código Alimentario Argentino.

Por la ingesta de ese alcohol, popularmente conocido como “alcohol de madera”, en las provincias de Buenos Aires, Corrientes, Entre Ríos y Santa Fe, fallecieron casi 30 personas y fueron encarcelados Mario Arnoldo Torraga con una condena de 15 años de prisión y su hijo Guilermo Torraga, condenado a seis años y medio. Ambos, fueron beneficiados por la Ley 24.660 que estipula que los condenados con más de un 50 por ciento de la condena cumplida pueden solicitar la libertad. Por ello, ambos hombres ya están en libertad, cuando a casi 17 años del triste episodio el INV deberá pagar unos 500 mil pesos en indemnización a los hijos de uno de los fallecidos.

Los memoriosos recuerdan que en esos tiempos el INV seguía utilizando estampillas, para garantizar la genuinidad del producto envasado bajo una marca, que eran pegadas sobre el capuchón de los vinos -en el caso de los embotellados- y sobre el mismo corcho en las damajuanas.

También que en la maniobra no sólo estuvo involucrado el enólogo de los Torraga. Armando Ribes, sino también el representante del INV en la delegación que el organismo posee en San Juan. Esto último, debido a que se detectaron, luego del decomiso de toda la mercadería librada al mercado consumidor, que existieron estampillas mellizas.

Luego de las muertes, Mario Torraga, se presentó ante la Justicia de San Juan en los primeros días de marzo de 1993, después de esconderse varios días en distintos puntos de la ciudad capital en la vecina provincia.

El bodeguero Mario Torraga, su hijo Guillermo, quien era miembro del directorio de la bodega y el enólogo, Armando Ribes, fueron acusados del delito de adulteración seguida de muerte.

La calificación judicial implicó que Torraga no fuera juzgado por la muerte de las personas que consumieron el vino sino por el delito de adulteración de alimentos.

Por lo tanto, las muertes, consideradas como no intencionales, fueron producto de la adulteración.

Además, el capataz de la bodega, Pedro Tobares, y un cuñado de Torraga, Horacio Barbero, durante el juicio que se realizó en la Ciudad de San Juan, fueron considerados como partícipes necesarios del mismo delito.

Con cierto descaro, hasta las últimas jornadas del juicio -que finalizó el 11 de junio de 1996- el bodeguero Mario Torraga negó que en su bodega se adulteraran vinos.

Durante este tiempo, alimentó la hipótesis de una conspiración mendocina a través del Instituto Nacional de Vitivinicultura, en un año en que las condiciones no fueron favorables para los vinos de esa provincia.

Su enólogo fue quien finalmente terminó confesando que en la bodega se adulteraban vinos "desde hacía meses".

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